miércoles, 17 de junio de 2009

De mujeres y de hombres

La web www.pueblosabandonados.es nos condujo hasta Querencia a través de una mentira. Aunque es una magnífica fuente de información, también necesita cometer ciertos errores para hacerse humana, como decía aquella frase en latín, pues los humanos parecemos tener mayor empatía con todo aquello que comparte alguna de nuestras características. Esto también ocurre en Querencia, pues posee atributos que nosotros, los humanos, manejamos a la perfección. No está abandonada, pero a veces está sola aunque muchos parecen amarla. No hay nada más humano.
Esperábamos encontrar ruinas, calles desiertas y algunas miradas de curiosos como nosotros; sin embargo, Querencia tenía voz, y esta voz era la de sus habitantes, o pobladores, o como queramos llamar a las gentes que aún hoy caminan por ella y que la recuerdan en pie. Ellos nos han contado quién es Querencia.
Los testimonios que vienen a continuación son el fruto de un trabajo que ya dura un año y que se basa en la perseverancia. Ya teníamos ganas de abrir la boca y de que Querencia tomara la palabra, pues tiene voces que la aman, la recuerdan, la reproducen, la restauran y la pisan.


La primera persona con la tuvimos el enorme placer de hablar se llama Alejandro y nació en Querencia hace unas ocho décadas. Su historia es hermosa e inquietante, pues esa es la forma que él tiene de contarla, porque Alejandro es un narrador excelente. Despacio, con la paciencia de quien nunca ha tenido prisa por llegar a ningún sitio, utilizando a la perfección la pausa, nos introduce en el relato de su vida. Con sus ojos azules perdidos en el horizonte del tiempo nos recuerda que “yo no me fui, me echaron”. Y aquel que lo escucha espera el drama de una expulsión, y es lo que encuentra: “Además de mis dos chicas había otra más...¿tú crees que va a haber maestra el año que viene?...Antes de que tuvieran que ir al colegio a Sienes o a la Riba...o ir internas, me voy yo.” Ese final abierto concluye que Querencia ya estaba empezando a quedarse sola, y esa soledad fue haciéndose cada vez más grande y más forzosa, pero Alejandro no abandonó nunca a su pueblo. Cada vez que nos recuerda fragmentos del pasado vuelve a poner una casa en pie, y Querencia sonríe.
Alejandro vive actualmente en Sigüenza, pero casi a diario visita la tierra que lo vio nacer y de la que ahora él es la garganta y los ojos.


Juan es el alcalde pedaneo de Querencia y aunque no nació en una de sus casas de piedra la ha hecho suya a fuerza de vivirla y de ser, durante mucho tiempo, el único representante en el padrón. Los balidos de sus ovejas son ahora la banda sonora de un pueblo que pasa gran parte del día en silencio, un silencio lleno de vida, de los que hay que pararse a escuchar y que enganchan. Juan comparte el día a día con ellas, con los gatos y con la tierra. Es pesimista con el futuro de la zona, pero mientras tanto ya ha conseguido que lleven farolas al pueblo. Ahora solo falta que las enciendan, “las velas del funeral” las llama Alejandro. De nuevo el pasado y el futuro se entrelazan y no dejan dormir del todo a un pueblo que se resiste a caer. Juan es su vigía, su acompañante.


La última vez que visitamos Querencia tuvimos la fortuna de conocer a Carmen. Fue una coincidencia que ese día viajáramos a Guadalajara. Nos llamó la mañana de sol. Fue como un impulso. Y al llegar a allí vimos varios coches en la plaza y nos dimos de bruces con un reencuentro: Carmen y su pueblo; Carmen y la casa que la vio nacer, pegada a la de Alejandro, quien asegura haber oído sus llantos de recién nacida; Carmen y sus antiguos vecinos; Carmen y el pasado de Carmen. Parece desolada y feliz al mismo tiempo. Un imán consigue que se alce sobre la montaña de rocas que se ha precipitado delante de la puerta de su casa, y ríe al recordar el miedo que pasaban las niñas cuando contaban de noche historias de lobos. Parece triste al mirar el río que ya no pasa por el pueblo, pero el sonido que oía mientras dormía se ha quedado con ella, y ahora también nosotros podemos escucharlo.
Carmen vive en Madrid desde que cumplió 17 años, pero no olvida Querencia, que describe como un lugar feliz, sin lugar a dudas.

Nieves pertenece a la siguiente generación, es el símbolo de que tampoco ellos la dejarán sola. Insiste en que Querencia no se trata de un pueblo abandonado, incluso ha duplicado el número de habitantes empadronándose allí. Su casa aún está en pie. Tiene puertas y ventanas, ella y su hermano entran y salen del edificio, algo que se convierte en un ritual extraño y conmovedor en un pueblo donde los quicios son líneas o desperfectos. También nos da su perspectiva del pueblo, más realista y crítica, pero igual de amante.

Ellos son la voz hoy. Nosotros tomamos la palabra contando con ellos. Junto a sus testimonios quedarán los nuestros para reciclar un espacio que no nos necesita, pero del que nos hemos hecho dependientes, como los son sus escasos habitantes.

1 comentario:

  1. Muchas gracias, he visto a mi abuelo en "el interné"
    Conmovedor, qué artículo tan elegantemente escrito.
    Con la ayuda de tod@s, Querencia va a tener cada vez más vida.
    Gracias de nuevo

    María

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