sábado, 6 de junio de 2009

De pisadas y piedras


Un año después de nuestra primera visita a Querencia, ha llegado el momento de hablar, de narrar, de contar la historia de lo que ya se ha convertido en un vicio, en una relación estrecha de la que nosotros queremos creer que somos una mitad, y la tierra, las paredes, las ventanas, el silencio, los gatos, los habitantes son la otra, mucho más grande y más larga, que está ahí cuando ya no hay nadie, de la que no se duda, pues aunque no veamos caer un árbol o una casa, realmente cae. Querencia se cae, y eso es una forma de vida porque cambia, muda la piel, se mueve cuando nadie la observa; es como construir, pero esperando. Sin prisa para dar cobijo, ya solas, las paredes cuentan su historia y de tanto vivir sueltan lastre, evolucionan para adapatarse al medio quitándose todo aquello que no necesitan y abrazándose a las plantas.

Pero estamos seguros de que no olvidan, porque cuando llegas allí y caminas por sus calles sabes que Querencia está viva y te contagia, y te enseña que estar vivo también es estar callado o hablar despacio. Entonces tienes todo el tiempo del mundo condensado en un instante en el que el propio tiempo ya no importa pues nada ni nadie nos necesita, somos libres de crear un nuevo espacio a partir de la grieta, que se convierte en una boca que habla sobre lo que fue y ya no soporta, pues los pies de sus habitantes ya no ejercen el peso de antaño.
Elegimos Querencia por el nombre, y esa llamada de la semántica topográfica se ha convertido en mucho más que en eso. Querencia tira de nosotros. De vez en cuando notamos que nos agarra del brazo y nos conduce hacia la tierra que un día albergó un río y de la que hoy mana un agua que va a contracorriente, en otra ocasión contaremos esa historia, y así es como nos enganchó Querencia para siempre, pues donde esperábamos encontrar solo ruinas surgió un pueblo que se resiste a ser pueblo, que se resiste a desaparecer... que se resiste. Y nosotros resistimos con ella y cada vez que respiramos su silencio encontramos un motivo más para comprender que no debemos tener miedo al paso del tiempo, pues él también es parte de la historia y creador de espacios lentos con manos de piedra.

Querencia es un territorio fronterizo entre lo que consideramos lugar y lo que sería un no lugar, y eso es lo que la hace convertirse en uno de los espacios más especiales que jamás hayamos visto y oído. Nos hace replantearnos qué es el espacio, qué es lo que nosotros pintamos en él cuando pasamos por allí y cuando nos marchamos. Porque estamos seguros de que Querencia piensa y recuerda a todos aquellos que, como nosotros, la han amado tal y como es, entera o rota, pero siempre hermosa.

María Castrejón

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